viernes, 11 de junio de 2010

CANTO A MÍ MISMO, paráfrasis de León Felipe

Walt Whitman, Ediciones Akal, S.A.

El Canto a mí mismo, de Walt Whitman (Nueva York, 1819 - Nueva Yersey, 1892), en versión castellana de León Felipe (Tábara, Zamora, 1884 - Ciudad de México, 1968), es uno de esos libros que todo ser humano debería leer alguna vez espulgándolo con cuidado para extraer de él todas las perlas de sabiduría que contiene.
El viejo Walt nos instala definitivamente en el mundo para darnos una visión distinta, certera y humanísima, acerca de cómo debemos transitar por estos pagos; eso sí, nos advierte que «si quieres entenderme, ven a las sierras y a las playas abiertas».
El viejo Walt nos enseña a apreciar que «una hoja de hierba es tan perfecta como la jornada sideral de las estrellas», y que basta con una de ellas para darse cuenta de «que la muerte no existe», porque «cesó en el instante de aparecer la vida». Con sus versos aprendemos que «los infinitos héroes desconocidos valen tanto como los héroes más grandes de la Historia». Tal vez por eso, el venerable poeta se sitúe junto a los vencidos, a los esclavos negros –su obra debería convertirse en libro de cabecera de Obama, o acaso ya lo venga siendo—, a los rebeldes, a los rateros, a los enfermos, a los mendigos.
El viejo Walt nos invita a acompañarlo en sus indagaciones sobre la naturaleza o sobre el alma humana con una voz tan persistente que no podemos desoír, porque, asegura, «mis palabras te zumbarán en los oídos sin descanso hasta que las entiendas».
El viejo Walt nos sobrecoge con sus reflexiones: una, «sólo lo que se prueba en todos los hombres y en todas las mujeres es verdad, y sólo lo que nadie puede negar existe»; dos, «¿por qué voy a empeñarme en que Dios sea otra cosa mejor que este día?».
¡Un regalo para el espíritu! ¡Gloria al viejo poeta americano! ¡Oh, capitán, mi capitán! JOAQUÍN COPEIRO

martes, 1 de junio de 2010

LA RELIQUIA

Germán Sánchez-Espeso, Plaza & Janés

Yo le presté el libro a Manolo, un adolescente al que no le gustaba leer. Eso sí, primero le hablé brevemente de su trama. «Se trata», le dije más o menos, y puede que con palabras más adecuadas para sus entendederas, «de un pícaro que, en la España de Felipe V, sobrevive gracias a una característica que lo hace verdaderamente singular: dispone de un miembro viril tan descomunal y virtuoso, “la reliquia”, que todas las damas que oyen hablar de él pugnan por poseerlo y gozar en exclusiva de sus taumatúrgicos poderes». Al día siguiente, me sorprendí al observar cómo, en la biblioteca del instituto en que yo trabajaba, mi querido Manolín leía en voz alta para un grupo de seis o siete colegas suyos las peripecias de Corderito Pascual, nombre del personaje dotado de tan vigoroso órgano.
¡Dios, que «ni él mismo sabía la magnitud del tesoro que llevaba entre las piernas», afirma el narrador refiriéndose al protagonista de la novela y a su virtuoso instrumental! Y no era para menos, a juzgar por las aventuras a que lo conduce la especialísima estructura del rasgo más primario de su condición viril.
Sea como sea, yo me atrevo a afirmar que en toda la historia de la literatura española existe tamaño fenómeno, si no es el que se recogía años antes en el número 1 de la colección La sonrisa vertical, que, bajo el título de La insólita y gloriosa hazaña del Cipote de Archidona, relataba la historia del susodicho, avalada por Camilo José Cela «(De la Real Academia / Española, / que contra lo que se dice, / mea sola.)», según se lee en los últimos versos con que el académico expresa su gratitud a Robustiano Cipotón por haberle felicitado las Navidades de esta guisa: «Que esta Navidad / le traiga longevidad / y el año setenta y tres / mucha fuerza en el kilé.».
Novela jocosa, pues, desmadrada, incluso, esta de La reliquia, digna de ser buscada, encontrada y devorada por los amantes de la buena literatura. JOAQUÍN COPEIRO

LA FIGURA DE LA ALFOMBRA

Henry James, Impedimenta

Esta curiosa historia de Henry James (1843-1915) tiene un carácter metaliterario, es decir, que en ella se utiliza la literatura, la narrativa, para hablar de la propia literatura, y ello, no desde la perspectiva del lector, lo que sería algo más convencional y previsible, sino desde la del crítico literario, lo cual resulta mucho más inusual y sugerente.
En efecto, el crítico literario que protagoniza la historia, y que la narra en primera persona, nos transmite, a lo largo de sus páginas, la ansiedad que lo empuja a perseguir compulsivamente cuál sea la razón oculta, pero presente según su propio autor, de la obra narrativa de Hugh Vereker, prestigiosísimo escritor coetáneo al crítico.
El misterio y la intriga, culturales ambos, animan el ir y venir del narrador protagonista, que no descansará hasta dar con esa suerte de «figura de la alfombra» en que se ha convertido para él la clave que busca entre la «trama del hilado de la. alfombra» y que permitiría entender en su totalidad, y profundamente, la elogiable obra del famoso Hugh Vereker Para saber si alcanza o no su objetivo, es preciso, naturalmente, leer la novelita; pero sin duda será la propia lectura de sus páginas, «estar en ello», asistir, como testigo de excepción, al incansable trasiego del personaje principal, lo que dará verdadero sentido a esta rara e interesante creación de Henry James, autor americano, a caballo entre los siglos XIX y XX, más conocido tal vez por aquel relato suyo que se llevó al cine con el título de Otra vuelta de tuerca.
Esta novelita de Henry James nos hace caer en la cuenta de que, de vez en cuando, es preciso volver la vista atrás y echar mano de los clásicos de la literatura, en la seguridad de que no nos decepcionarán. JOAQUÍN COPEIRO

LAS PERSONAS DEL VERBO

Jaime Gil de Biedma, Galaxia Gutenberg. Círculo de lectores

A los treinta años, Jaime Gil de Biedma decía a su amor, en su conocido «Vals del aniversario», del libro Compañeros de viaje: «Nada hay tan dulce como una habitación / para dos, cuando ya no nos queremos demasiado [...] / Te llamo / para decir que no te digo nada / que tú ya no conozcas, o si acaso / para besarte vagamente / los mismos labios». Este poeta singular, testigo del tiempo que le tocó vivir («De todas las historias de la Historia / sin duda la más triste es la de España / porque termina mal.») es, de entre los de su generación, el que más ha influido sin duda en los poetas posteriores. La emoción lírica de Gil de Biedma arranca de su propia experiencia y de la conciencia del momento histórico en que vivió. Por eso, junto a la bella expresión de la intimidad, en su obra aparece la ironía, y a veces el humor, con que contempla el mundo que le rodea, y sirvan de ejemplos las citas anteriores.
Con Las personas del verbo, tenemos la ocasión de conocer en profundidad el alma de un poeta, porque en el libro se recoge la poesía completa del autor, junto a un prólogo que la alumbra. Y probablemente esta, la lectura de toda la creación poética de alguien, sea, entre otras, una de las formas más interesantes de comprender la verdadera historia de un país, de saber cómo se pensaba y se sentía realmente en una época determinada y por qué. Pero además, en el caso que nos ocupa, estamos, como hemos dicho antes, ante el poeta de mayor repercusión de las últimas generaciones, capaz, con su estilo sencillo y depurado, de estremecernos de belleza («...esos cuerpos [...] / capaces de hacer llorar de amor / a una nube sin agua...») o de hacernos meditar con sus reflexiones («Que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde...»). JOAQUÍN COPEIRO

LA MONTAÑA MAGICA

Thomas Mann, Pocket. Edhasa

«Sólo hemos planteado la cuestión de si es posible narrar el tiempo para reconocer que esa era precisamente nuestra intención en la historia en curso.» Y Thomas Mann logra narrarlo como nadie. Con inusitada maestría nos permite disfrutar de su lento y gozoso decurso a través de la cotidianeidad de la vida apacible de Hans Castorp en el Sanatorio Internacional Berghof, de Davos-Platz, en los Alpes suizos, una cotidianeidad jalonada por las acciones más rutinarias de comer, beber, fumar, reposar o pasear, que bien desearíamos poder compartir, y por las frecuentes conversaciones que tienen lugar entre el protagonista y sus amistades, de las que desde luego quisiéramos ser testigos, aunque hubiéramos de serlo mudos. La rutina no solo no importa, sino que hace atractiva la vida, porque alarga el tiempo, si procuramos no perder la conciencia de su transcurso. Y esto es lo que consigue Thomas Mann, y además nos conduce con extremada armonía por toda la historia de la cultura occidental, tocando los temas más inimaginables: el humanismo, la literatura, la técnica, la vida, la materia, Alemania, la enfermedad, los jesuitas, España, el arte, la moral, la muerte, la tortura, la pena de muerte, la masonería, la enseñanza, la farmacopea, la química, los sueños, la Iglesia, la vanidad, el número π, las finanzas, la música, el espiritismo... Y lo hace musicalmente, porque «la narración se parece a la música», como con una bellísima melodía, que durante casi toda la obra suena en la lengua del narrador, pero que no escurre incursiones en latín, en italiano, en inglés, o en francés sobre todo, que es el idioma del amor.
Si sus más de mil páginas se nos antojan escasas al final de la novela, ello es debido a la capacidad que para narrar con detalle el tiempo derrocha su sabio narrador, porque «sólo es verdaderamente ameno lo que ha sido narrado con absoluta meticulosidad», un narrador que es omnisciente cuando quiere, que dota de autonomía a sus personajes cuando así lo prefiere, que dialoga con sus lectores si lo cree necesario; y también se debe a la traza extraordinaria de personajes inolvidables e irrepetibles, tales como el joven protagonista Hans Castorp, su abuelo Hans Lorenz Castorp, su primo Joachim Ziemssen, los doctores Behrens y Krokovski, los inefables polemistas Settembrini y Naphta, la atractiva madame Chauchat, el desbordante y encantador Mynheer Peeperkorn, la jovencísima médium Ellen Brand y el resto variopinto de pacientes, todo lo cual sumerge al lector en un mundo maravilloso, en un auténtico paraíso, donde hasta la muerte adquiere tanta naturalidad, que la hace perfectamente asumible. Lástima, y aquí quizá estribe el simbolismo de Mann, que todo haya de acabar cuando dramáticas noticias de la guerra, Primera Guerra Mundial, nos fuercen a despertar del ensueño mágico en que su incomparable pluma con tal maestría nos había sumido. JOAQUÍN COPEIRO