miércoles, 26 de mayo de 2010

MEMORIA DE MIS PUTAS TRISTES

Gabriel García Márquez, Mondadori

"Desde entonces empecé a medir la vida no por años sino por décadas. La de los cincuenta había sido decisiva porque tomé conciencia de que casi todo el mundo era menor que yo. La de los sesenta fue la más intensa por la sospecha de que ya no me quedaba tiempo para equivocarme. La de los setenta fue temible por una cierta posibilidad de que fuera la última. No obstante, cuando desperté vivo la primera mañana de mis noventa años en la cama feliz de Delgadina, se me atravesó la idea complaciente de que la vida no fuera algo que transcurre como el río revuelto de Heráclito, sino una ocasió única de voltearse en la parrilla y seguir asándose del otro costado noventa años más." ¿Qué más se le puede pedir a un libro que nos regala tamaña reflexión para la vida y la muerte?: ¿una bonita historia, y de amor, que la tiene?; ¿un tiempo y un espacio atractivos hasta el punto de provocar en el lector un cierto sentimiento de "nostalgia histórica", que también?; ¿unos personajes inolvidables, como los que cobran vida en sus páginas?; ¿o una prosa tan sugerente y bella, tan inteligente, que conviertan a quien la traza en el único escritor vivo en nuestra lengua parangonable a Miguel de Cervantes, y autor, por lo demás, de las dos definitivas novelas que uno podría llevarse sin temor, y una por sobaquera, a una isla desierta, como son Cien años de soledad y El amor en los tiempos del cólera? ¡Pues helo aquí, y en su mejor momento, con su estilo más depurado, como el de un escritor capaz de hacernos disfrutar con cada una de sus frases, que hay que degustar, que hay que saborear, como se hace con el más amable de los vinos, sorbo a sorbo, poco a poco, chasqueando la lengua una y otra vez! JOAQUÍN COPEIRO

viernes, 21 de mayo de 2010

RESEÑA EN LA REVISTA MERCURIO

El número 121, mayo de 2010, de la Revista Mercurio (página 49) reseña la novela La puerta de las Meninas, del escritor Joaquín Copeiro.

lunes, 10 de mayo de 2010

FERIA DEL LIBRO DE TOLEDO 2010


FIRMA EJEMPLARES DE SU NOVELA


SÁBADO, DÍA 15 DE MAYO DE 2010

INOCENCIO X (1650)

Diego Velázquez

Voy a recordar algunos detalles que contextualizan este retrato:
1. Velázquez, con cincuenta años, en plena madurez artística y con un puesto importante en la corte (ayuda de cámara), va por segunda vez a Italia, en esta ocasión por expreso encargo del rey, para adquirir obras de arte.
2. Despúes de un largo periplo por Italia llega a Roma donde permanece todo el año de 1650.
3. Su condición de pintor del rey de España le abre las puertas del Vaticano, donde se le ofrece la ocasión de retratar al papa Inocencio X.
4. Velázquez, que llevaba varios meses sin tomar los pinceles, quiso, para atreverse con el pontífice, tal como relata Palomino: prevenirse antes en el ejercico de pintar una cabeza del natural.
5. Hace mano pintando a su criado-esclavo, Juan de Pareja, que le acompañaba en el viaje.
Ahora ya nos dedicamos al cuadro con la ayuda de dos maestros, Julián Gállego y Pérez Sánchez: Cuando pinta al papa, Velázquez está en su última manera, la denominada pintura-pintura, logrando un feliz equilibrio entre lo psicológico y lo puramente pictórico (J.G.).
Si nos detenemos en el aspecto pictórico, este retrato forma parte de una larga serie de efigies papales entre las que destacan el Jlio II de Rafael o el Paulo III de Tiziano, pero al mismo tiempo, la renueva, la revoluciona. El color -la inaudita sinfónía de rojos, sólo contrapunteada por el blanco del roquete y de la carta donde va la firma de Velázquez-; la precisión del modelado, pintado -no dibujado- con luz, no lo encontraremos en esos retratos (J. G.).
Ahora bien, si nos fijamos en el aspecto psicológico estamos ante una personalidad cruel y recelosa (P. S.), de mirada desconfiada, que nos sigue sin descanso (J. G.) hasta hacernos dudar de nuestra conducta: ¿Habremos hecho algo malo? Uno no esperaría el perdón de un ser tan implacable.
Pues parece que este pontífice debía ser así y él mismo lo reconoció, hasta el extremo de que, según la leyenda, al contemplarlo exclamó: Troppo vero. MARIANO MORALES

miércoles, 5 de mayo de 2010

INOCENCIO X

Francis Bacon

No me extraño, cuando leí La puerta de las Meninas, que esta Santidad no fuera del agrado de Jorge, su protagonista. Como muestra un botón: compone una presentación de imágenes de papas en Power-Point y, de la serie de inocencios que Bacon hace del de Velázquez, elige aquella en la que el pontífice está entre rejas, no sin antes despojarse de todo lo que signifique poder, grandeza y opulencia.
El pintor irlandés nos presenta una imagen distorsionada del papa en un aullido feroz, tomado de una foto fija de la nodriza de El acorazado Potemkin de Eisenstein, aullido que lo convierte en una alimaña dañina (L. A. Villena). El Inocencio de Vélázquez se nos mostraba tirano e inmisericorde, este, sencillamente, da miedo.
Por ello, Jorge siente que se hace justicia cuando ve que Bacon condena al papa. Le priva de la inmortalidad que creía alcanzar al pedir ser retratado por Velázquez y nuestro protagonista se alegra de que quien continúe vivo sea Bacon, lo que no esperaba cuando pintaba sus inocencios, pues todos le parecían fallidos frente al que consideraba uno de los mejores cuadros del mundo. MARIANO MORALES

PUERTA-VENTANA EN COLLIOURE (1914)

Henri Matisse

El tema de la ventana, desde sus comienzos, y sobre todo desde 1905, es esencial en Matisse. La ventana para él no es una frontera, una separación, sino al contrario es el lugar privilegiado donde se muestra visible la continuidad dentro-fuera / fuera-dentro y por ello una metáfora de la pintura, que en esta obra está llevada al extremo: la identidad formal del rectángulo-cuadro con el retángulo-ventana funciona plenamente, pues en este caso la vista de la ventana, aunque no es más que una parte del cuadro, es su todo, por la potencia de ese contundente espacio negro.
Esta imagen de una desnudez radical que linda con la abstracción, creo que le produce vértigo al pintor, creo que Matisse tiene miedo, pero ahora no me refiero al que pudiera producir esa negritud, sino a otro, a uno de índole formal: Matisse no se atreve a dejar solos esos planos verticales y esas líneas negras horizontales y mostrarnos una pintura bidimensional, plana, ¡un cuadro! Tiene el mismo miedo que Picasso cuando, desarrollando el cubismo desde sus obras analíticas, se adentra en ese estilo o el propio estilo le lleva hacia pinturas más herméticas y teme caer en la abstracción. Nos deja una pipa, un traste de guitarra, una mano, un seno, alguna referencia figurativa, un asidero al que podamos agarrarnos. Nos salva y se salva. Así, Matisse pone el plano marrón-negro abajo y una línea oblicua en perspectiva. En definitiva, nos sitúa el suelo en el que apoyarnos: ya podemos entender el cuadro, ya lo entendemos, ¡si hasta las líneas horizontales representan las de los cuarterones de la contraventana!... y respiramos.
Ahora bien, como en el caso anterior, esta obra no es del estilo de las de su autor. (Parece que Joaquín Copeiro, en La puerta de las Meninas, haya ido rebuscando, dentro de la trayectoria artística de los pintores, hasta encontrar las obras singulares de cada uno de ellos). Digo esto porque este cuadro es muy diferente a la pintura de Matisse, que pretendía otra cosa bien distinta de lo que esta nos transmite. Ese negro nos inquieta y nos sobrecoge. Sin embargo, Matisse soñaba, en sus propias palabras: Con un arte equilibrado, puro, apacible, cuyo tema no sea inquietante ni turbador, que llegue a todo intelectual, tanto al hombre de negocios como al artista, que sirva como lenitivo, como calmante cerebral, algo semejante a un buen sillón que les descanse de fatigas físicas. ( En La Grande Revue de 25 de diciembre de 1908, Notas de un pintor). MARIANO MORALES