martes, 13 de abril de 2010

LOS JUGADORES DE CARTAS (1892)

Paul Cézanne

A lo mejor convendría recordar, en este punto, la definición que Maurice Denis da de un cuadro: Antes de ser un caballo de batalla, una mujer desnuda o cualquier otra anécdota -aquí una partida de cartas-, (un cuadro) es una superficie plana cubierta de colores con un cierto orden. Entonces, siguiendo mi discurso debería centrarme en el análisis formal de esta obra de Cézanne: en la composición; en la disposición casi simétrica de los cuerpos con la botella como eje, concretamente su línea blanca del reflejo de la luz; en el juego de verticales y horizontales del fondo, de la silla y de la mesa; en la combinación de los colores, pues el de la chaqueta de uno es el de los pantalones del otro y viceversa; en la aplicación de la pintura, en planos, como a paletadas, como si de un albañil se tratara frente a una pared...
Pero, cuando leí la novela, al llegar a ese momento de la historia y encontrarme con Los jugadores de cartas de Cézanne, creo que mi sorpresa fue como la de Jorge, al que también se le aparecen.
Una perplejidad similar la tienen los críticos y estudiosos de Cézanne. ¿Por qué este tema en el desarrollo de su obra? No aciertan a dar una explicación convincente de por qué, en torno a 1892, según A. Vollard, se dedica a él, pues hace hasta cinco versiones: una con cinco personajes, otra con cuatro y tres con dos, y sucesivamente va destilando su obra hasta llegar a esta última, la del Museo D´Orsay, más concentrada y cargada de intensidad.
Por encontrarle algún motivo, unos se han referido a un cuadro de la escuela de Le Nain, en el Museo Granet de su Aix-en-Provence; otros, como el filósofo Merleau-Ponty, ven en esta pintura una plasmación del conflicto con el padre. No nos vayamos tan lejos.
Desde luego, Cézanne se concentró, a lo largo de su vida, en pintar paisajes y bodegones, en los que dominan manzanas (con las que quería sorprender a París, ¡y vaya si lo consiguió!); y cuando se preocupa por la figura en acción pinta las series de bañistas, pero sin modelos naturales, pues no los conseguía (sólo logró que posara para él una vez una criada de la finca de su padre y ya era, en expresión del propio artista, de carnes viejas).
Este cuadro es la antítesis de las bañistas. Sus figuras son hombres, están estáticos y reconcentrados en la partida y los modelos son reales. Se conocen sus nombres, ¿pero que hacen en una tumba, en un panteón, como aparecen en La puerta de las Meninas? MARIANO MORALES

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