jueves, 11 de marzo de 2010

EL VIAJE A NINGUNA PARTE

Fernando Fernán Gómez, Ediciones Cátedra

Posguerra española. Un grupo de cómicos de la legua se busca la vida por esos pueblos de Dios. El choque con las autoridades locales, los caciques, otras compañías con las que han de competir o, finalmente, el cine, es continuo, hasta el punto de que el grupo terminará por deshacerse y sus miembros emigrarán hacia otros pagos. Carlos Galván, el protagonista, hijo y padre de actores, rememora en un largo flashback, desde la residencia de ancianos donde ha acabado dando con sus huesos, aquellos años gloriosos, en que, a pesar de oler España a calcetín sudado, como diría el imborrable Manuel Vázquez Montalbán, el teatro era el teatro, y había sitio para todo aquel que quisiera ganarse la vida con honradez y hacerse dignamente aunque sólo fuera con un mendrugo de pan, a través del noble oficio de la interpretación.
La verdad es que leyendo la novela uno entiende que los cómicos de la legua de aquella España de los cincuenta se diferenciaban bien poco de los juglares medievales: caminos difíciles, lluvia, frío, cobijos en pensiones amarillentas de mala muerte, mucho sentido del humor, idealismo y fe ciega en que la profesión de cómicos, la de ellos, era lo más grande del mundo, asentada como estaba en la libertad, en la igualdad y en la fraternidad.
En la novela el diálogo es continuo y la chispa salta en cada página con una comicidad que no deja de arrancarnos la sonrisa tierna o la carcajada. Dos ejemplo: cuando su hijo Carlitos piensa abandonar la compañía, Carlos Galván pide a su prima Rosita, una de las actrices, que seduzca al muchacho para que cambie de opinión; otro: los frustrados y desesperados intentos del patriarca de la compañía por adaptarse a las exigencias interpretativas del cine. ¡Simpatiquísima! JOAQUÍN COPEIRO

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