Creemos que si Toledo tuviera mar, sería la ciudad ideal para vivir, y para morir en ella también.
Pero Toledo no tiene mar. El mar se echa de menos entre sus piedras.
Por eso, uno se imagina el mar desde Toledo; o busca llegar a él a través del río Tajo; o pretende huir hacia sus playas; o, definitivamente, busca su mar interior, o aquello que posee el mar y que acaso también pueda ofrecerle la ciudad. ¿Y de qué se trata? Cabrera Infantes, en Tres tristes tigres, dice del mar que «Es la única cosa eterna que hay sobre la tierra…».
Quizá Cabrera Infantes se equivocara en su apreciación, porque nosotros queremos creer que, además del mar, también las «ciudades de piedra» son eternas, y entre ellas, desde luego, y de manera primordial, Toledo. A diferencia de las ciudades populosas, como Madrid, aquellas mantienen su lucha contra el tiempo con una aportación: tal vez en ellas la acción del hombre cobre, de manera singular, la eternidad de la piedra. JOAQUÍN Y ALFREDO COPEIRO
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«Vista de Toledo», de Alfredo Copeiro |
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