Queridos
lectores:
El pasado
15 de mayo presentamos la novela
La voz de El Shaday, de Federico de Arce, en la IX Edición de la
Feria del Libro de Toledo.
Reproducimos aquí parte de la conversación que
María Luz Comendador y el autor mantuvieron en dicha presentación:
Conozco
a Federico de Arce desde hace muchos años, y, pese a que ha publicado poco, siempre lo
he conocido escribiendo. Hace años que encontró su voz en la elementalidad de
una escritura en apariencia sencilla que aborda los temas que más interesan
desde siempre al ser humano, a veces exiliándose en el espacio y en el tiempo
de culturas antiguas, a veces detrás de escritores imaginarios, sus
heterónimos, quienes le exigen vivir sus vidas. Presentamos hoy La voz de El Shaday, una novela que toma su argumento
de la Biblia, ¿de dónde viene, Federico, tu afición a la Biblia?
Desde
pequeño. Era el único libro que había en casa, y, por una u otra razón, siempre
estaba leyéndolo.
¿Qué
razones?
Varios
miembros de mi familia eran religiosos. En casa de mis padres vivía la tía
Braulia, quien pasó su vida en Nicaragua de misionera, y vino al final de sus
días a morir entre nosotros. Yo le leía la Biblia cuando se quedó impedida, al
igual que a mi abuela Ángeles, quien, de manera muy graciosa, la llamaba
siempre el libro del Gólgota. Además, la maestra, Ana María Espuelas de Torre,
menciono su nombre porque fue muy buena maestra, le decía a mi madre que leyera
mucho, y claro, como en mi casa sólo teníamos la Biblia y la encíclica Pacem in Terris, de Juan XXIII,
pues estaba todo el día enredado con la Biblia. Hasta que otra profesora de
filosofía, ya en el instituto, me descubrió a Dostoievski y a Franz Kafka, la
Biblia fue mi única lectura seria hasta entonces, aparte de las novelas del
oeste de Marcial La Fuente Estefanía, que le cambiaba a mi abuelo en el
quiosco.
¿Cuándo
empezaste a escribir sobre la Biblia?
Procuro
leer todo lo relacionado con la Biblia, así que tengo en principio una extraña
formación, o, dicho de otro modo, mi formación gira en torno al Libro: he leído
mucha filosofía, antropología, historias de las religiones, libros de
arqueología, incluso libros de militares sionistas que explican las antiguas
batallas que se describen en la Biblia, y, sobre todo, los libros literarios
que la Biblia ha generado. Pero empecé a hacer midrás antes de saber que era el
midrás, y algunos de esos textos son los primeros que escribí hace treinta
años.
¿Cómo
fue eso?
Imitando
a Franz Kafka. No sé si conoces un cuento de Kafka que se llama Cuatro versiones sobre Prometeo. Pues yo hacía lo mismo con los mitos
de la Biblia, y así, tengo, por ejemplo, veinte y una variantes sobre el asunto
de Caín y Abel y catorce versiones de la Torre de Babel. Y siguiendo la estela
de Kafka, llegue a Hebel, a Benjamin, a Scholem, a Canetti, a Isaac Bashevis
Singer, y al midrás. En fin, Kafka es mi mejor amigo, al menos es el ser humano
con el que paso más tiempo.
Dices
que el autor de La voz de El
Shaday es Abraham Abravanel.
¿Quién es o quién fue Abraham Abravanel?
Abraham
Abravanel es el pseudónimo de tres de mis heterónimos, José Luis de la Bodega y
Anne y Hans Schielmann. Trataré de explicártelo con sencillez: Jose Luis, Hans
y Anne vivieron en el siglo pasado, y sacrificaron en parte sus vidas en la
lucha contra el fascismo en Europa. Anne, una judía húngara con pasaporte
francés, descendiente de una vieja familia sefardita, escribió una
versión de la Biblia que explicaba, en parte, sus propias vidas, ofreciendo de
paso sugerentes alegorías narrativas que explican algunos de los hechos más terribles
de nuestro tiempo. José Luis y Hans fueron los dos hombres más importantes de
su vida –hubo otros, algunos muy conocidos, de los que por recato, debemos
preservar sus nombres, y mujeres–, y fueron también sus talmudistas y
escoliastas: es decir, los comentaristas de este trabajo monumental. Abraham
Abravanel, por tanto, son ellos tres, y yo mismo, claro. Cuatro autores, como
en la Torah.
Abraham
Abravanel. Suena bien, como una aliteración mágica, abracadabrante, capaz de
abrir el sésamo. Supongo que por eso Anne eligió el nombre de Abraham y no el
de Yehuda o Judas.
Sólo en
parte. Abraham es el padre de las tres religiones del Libro. Y el nombre tiene
mucha retranca, claro, como todo lo que escribió esa mujer. Abraham Abravanel
puede traducirse como Nuestro Papá el de las Barbas. Todos queremos mucho a
papá, pero cuando papá se encarna en la figura del tirano, del profeta, del
sacerdote, del legislador, del notario, del psiquiatra –no hablo de profesiones
a las respeto, sino de modos de estar en el mundo– da asco y miedo. El asunto
está en que a veces miramos la barba del vecino, y no vemos la nuestra. Y mucho
menos el rostro terrible que a menudo se esconde detrás de nuestra barba.
Entremos
en materia. El libro se llama La
voz de El Shaday. ¿Quién es El Shaday?
El Shaday
es el nombre con que Dios se dio conocer a Abraham, Isaac y Jacob.
¿Qué
significa?
Es larga
historia. Aceptando el origen mesopotámico de Abraham –lo podríamos discutir–
la filología nos dice que Shaday significó en su origen algo así como Dios de las montañas, la
montaña divina de Mesopotamia, claro. Se trata de un término tribal que en la
región asirio-babilónica se refiere al dios IL (El), hiperónimo del dios Anu,
posiblemente esa abominación a la que Teraj y su hijo Abraham adoraban antes de
adorar a El Shaday, palabra de la que deriva, por ejemplo, Alá, es decir, Dios,
pero no el nombre de Dios, pues ni los judíos ni los musulmanes lo conocen. El
Shaday es la palabra que con más celo administra la Escritura. Después del Génesis, aparece sólo en algún
salmo y en la hermosísima historia de Rut –antepasada de Jesús– y en El libro de Job. Y no puedo
decir más, porque no acabaríamos nunca. El Shaday es, en fin, el dios de la
promesa patriarcal, el dios anterior a YHVE, Dios de Moises (Éxodo 3,4). Según
un hermoso Midrás, Shaday significa el
dios que se basa a sí mismo, y en la Septuaginta –primera traducción de la
Biblia– se tradujo con el sentido de Omnipotente, el dios todopoderoso, es
decir, el dios de la Fuerza, el dios de la aquedah,
el dios de la prueba, el dios que exige la fe. Es curioso, de Shaday deriva
Sidi, señor en árabe, por ejemplo, y me acuerdo ahora de nuestro Cid, el
Campeador, y de Cide Hamete Benengeli, el narrador de la novela más hermosa de
todos los tiempos, El Quijote.
¿Y
Sara?, no hemos hablado de Sara, quien es, sin duda, la protagonista del libro,
siempre a la sombra de su hombre, Abraham.
Sara,
como Abraham Abravanel, soy yo, y yo, cuando escribo, soy una mujer, lo que no
tiene nada que ver con el sexo. Tengo una amiga que dice que a ella, cuando
escribe, le crece el bigote. Yo, que le vamos a hacer, me feminizo. Yo soy el que soy, dice el dios
de la Biblia. Yo no soy el que
soy, dijo un día Abraham Abravanel, es decir, yo, si digo, yo soy Abraham
Abravanel digo yo es otro,
me dije repitiendo la frase de Rimbaud hasta que entendí que escribir significa ser siempre otro, quizás un
insecto o un simio que habla para una academia intentando encontrar una salida
a esa cárcel que llamamos libertad, y a la que tanto tememos. Yo, cuando
escribo, soy Abraham Abravanel, Anne y Hans Schliemann y José Luis de la
Bodega, o Hu zi, poeta chino de los reinos combatientes, y, sea quien sea,
siempre soy una mujer, porque el sujeto que escribe en mi voz es femenino, y la
voz es voz, no es de El Shaday, ni de nadie. Es nuestra, de los humanos, y es
lo único cierto que tenemos, pues eso de si tenemos alma o si hay una vida
detrás de esta vida sólo son especulaciones de la voz, pero no su verdad.
Pensemos que estamos ya resucitados, que estar aquí, vivos, por una vez, ya es
bastante, como dijo Rilke, y no perdamos nunca de vista el rostro del otro, al
que, insisto, si no podemos amarlo, en cualquier caso, se merece algo más que
respeto.